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jueves, 1 de septiembre de 2011

Romance de San Andrés



Se ha cubierto el San Andrés
de un amarillo amarillo,
a la luz del sol semejante
por lo encendido encendido.
A cada soplo del viento
—de diciembre frío frío—
se le caen las campanas
al San Andrés Florecido.

Del árbol de San Andrés
las flores se han ido ido,
navegando en la vereda
celeste de río río
¡campanas del San Andrés
del amarillo amarillo,
buscad luego un campanero
para alegrar el oído!

El árbol de San Andrés,
mientras camino camino,
me guía por las veredas
con su amarillo amarillo.
San Andrés de las Campanas
florecido florecido,
aún lejos de la patria
no te eché nunca en olvido.
San Andrés de las campanas;
San Andrés verde—amarillo.

Dame la mano, Antípoda...



Dame la mano, Antípoda. Tú, el hombre de ese lado;
yo, el hombre de este lado.
Pudiente o proletario, sencillo o complicado,
dame la mano.
Levanta la amarilla faz del arrozal chino
en que sudas tu pan diario; deja la mina,
apaga tu incensario, y en paz dame la mano.
Que importe poco el mandatario, el "leader",
la creencia, y se mi hermano.
Tu Buda, tu sol o tu confucio no son más
que un simbolismo de un Dios Unico y Mismo.
Dame la mano, Antípoda...
Si acaso te desangras en suelo coreano,
arroja tu fusil, clausura la trinchera, y en paz,
tú, del Sur, o tú del Norte, dame la mano.
Sin odios ni prejuicios tu mano de soldado
y mi mano ciudadana.
Yo sé que allá en la India tus hijos
mueren de hambre;
que en Africa del sur los blancos son los dioses;
que el hule en Micronesia revienta los transportes,
y que el diamante ciega los ojos de los hombres.
¡Y cómo me obsesiona pensar que tú, mi hermano,
bien puedes ser esclavo!
Dame la mano, Antípoda. Por todo lo que somos
–Por todo lo que callo– dame la mano.