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jueves, 29 de diciembre de 2011

PIEDAD




¿Qué es ingrata la tierra? ¿Qué es ingrata
y es cruel la humanidad en que te agitas?
¿qué no acoge tus ansias infinitas 
ni se angustia el duelo que te mata? 

¿Qué no hay vuelo de tu alma que no abata
su maldad?...¡di, más bien, que son malditas
tus ansias infecundas y tus cuitas
y esa loca ambición que te arrebata! 

¡No maldigas del hombre, que es tu hermano,
y, acaso, como tú, su angustia loca
ve perderse, sin eco, en el abismo; 

Mírate en él extiéndele tu mano 
y, anegado en piedad, besa en su boca 
la triste humanidad, que eres tú mismo!



En el fondo del lago




Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina
escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado: el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro 
el gato, dormitando. La noche estaba fría 
y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía... 
Se escuchaba a lo lejos ese rumor de pena 
que sollozan las olas al morir en la arena,
y a intervalos más largos esos vagos aullidos
con que piden auxilio los vapores perdidos.
Nosotros, los chiquillos, oíamos el cuento 
sentados junto al fuego, y como entrara el viento
por unos vidrios rotos, su frente medio cana, 
la vieja se cubría con su charlón de lana. 

Era un cuento muy bello: 
Tres príncipes hermanos 
que se fueron por mares y países lejanos 
tras la bella princesa que la mano de una hada 
en un lago sin fondo mantenía encantada. 
El mayor, que fue al norte, no regresó en su vida;
el otro, que era un loco, pereció en la partida; 
y el menor, que era un ángel por lo adorable y bello, 
llegó al fondo del lago sin perder un cabello... 
Allá abajo, en el fondo, vio paisajes divinos, 
castillos encantados de muros cristalinos
y en un palacio inmenso, de infinita belleza, 
encerrada y llorando, vio a la pobre princesa. 
Se encontraron sus ojos, se adoraron al punto 
y lo demás fue cosa de poquísimo asunto, 
pues al verlos tan bellos como el sol y la aurora, 
el hada, que era buena, los casó sin demora. 

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-Así acabó la historia de aquella noche... El gato 
se despertó gruñendo, desperezóse un rato 
y se durmió de nuevo. Zumbó las ventolina 
en el cañón, ya frío, de la vieja cocina... 
Se levantó un chicuelo y sin hacer ruido 
enhollinó la cara de otro chico dormido... 
Yo, me quedé soñando con el príncipe amado 
por la bella princesa, con el lago encantado 
y también con los tristes y apartados desiertos 
donde duermen los huesos de los príncipes muertos.