Create your own banner at mybannermaker.com!

jueves, 29 de septiembre de 2011

La Carta




  
La carta que te escribo merece la palidez de tu rubor.
Entre líneas
hallarás la piel de mi voz.

Al borde de tus párpados encendidos
residirán por un momento
mis proposiciones.

Tus ojos,
gratos gatos roedores de mi mensaje,
encontrarán
en la multitud de letras
fallas geológicas amatorias
por donde se puedan filtrar
terrenales congojas,
a las que no deberás temer.

Pero lee esta carta
antes que amanezca,
no sea que el sol
borre los destellos de la tinta,
el flujo de mis sueños
absorbidos
en la celulosa fibra del papel.

No sea que sus amorosas frases
se desangren en la página.

Léela ahora,
viaja desde tu cama
o desde el sitio donde estés
a través de su literatura
pues en ella encontrarás
alfombras mágicas,
encantadores de serpientes,
pájaros
picoteando peras
y peces voladores
trasegando sirenas.

Léela.

Escudríñala.

Descifra el volumen
de sus dulces anotaciones.

Léela al revés y al derecho,
y cuando la termines
cierra los ojos
para que mis palpitaciones
descansen
en
paz.



  







El amor





Ella duerme despacio
con un lento galope de gacelas
reclinado en su frente. Es hermosa
como una fruta fresca, como un ágata,
como un tallado capitel. Escucho
la lejana andadura de sus párpados,
el navegar inmóvil de su olvido,
su exacta placidez de hierbabuena.
Una fragancia leve
de ocultos hontanares
me descubre su cuerpo, esa clara campiña
de juncos y laúdes
donde mis labios posan su algarada
fluvial, perseguidora. No hay distancia
más corta hacia la llama
ni amanecer más puro. Se adivina
una alquimia voraz, un burbujeo
debajo de su piel,
como una permanente sembradura
de vides y crisoles.

Y sin embargo, el tiempo
maneja oscuramente sus cinceles,
su taladro tenaz:
Yo sé que el triunfo
será suyo, que nada puede huir
de su terca presencia.
Y sin quererlo, veo
la yedra recubriendo los alcores
de sus pechos, su boca desolada,
abatida y sumisa su cintura,
arrasado su vientre luminoso,
y un surtidor de hielo
sobre esa isla bruna que ahora emerge
feraz y retadora
sobre su mar de ópalos ardidos.
Pero ella duerme, cálida y ajena,
albergada de espumas.
La contemplo
serena mi palabra, confiado:
porque jamás el tiempo
derrocará su sueño,
y seguirá su frente con un lento
galope de gacelas,
por el amor salvada, redimida.