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miércoles, 14 de septiembre de 2011

A veces el amor tiene caricias




A veces el amor tiene caricias
frías, como navajas de barbero.
Cierra los ojos. Das tu cuello entero
a un peligroso filo de delicias.

Otras veces se clava como aguja
irisada de sedas en el raso
del bastidor: raso del lento ocaso
donde un cisne precoz se somorguja.

En general, adopta una manera
belicosa, de horcas y cuchillos,
de lanza en ristre o de falcón en mano.

Pero es lo más frecuente que te hiera
con ojos tan serenos y sencillos
como un arroyo fresco en el verano.

Estoy aquí





y no encuentro la palabra justa.
Soy el mal poeta,
con la luna, el amor y la muerte
rodeándome de constelaciones.

Enfrente
pasa sojuzgado mi pueblo
-un grito en brazos.
Pasan clínicas de infertilidad
y condecoraciones internacionales,
y llegó a esta hora de mala poesía
de par en par cerrada,
el tiempo justo para mezclarme
a vírgenes titulares, arcángeles
campesinos, máscaras ceremoniales.
Yo que me pierdo en la sangre de todos:
yo, el mal poeta,
el fabricante de paraguas nocturnos
que ama el nombre de los ríos
y pelea contra la estatua ecuestre
de la mala poesía