Arrasados de lágrimas los ojos,
solíame decir: —Cuando me muera
no vayas presto a mi sepulcro, espera
al claro mes de los claveles rojos.
"Entonces habrá pájaros y flores
y brisas olorosas a tomillo,
y esplenderán las lápidas con brillo
de lucientes cristales de colores.
"Entonces, alfombrados de verdura
hallarás a tu paso los senderos,
y la voz de uno o dos sepultureros
entonará canciones de ternura.
"Entonces ven a mi sepulcro: llega
risueño el rostro, alborozada el alma,
como el amante que en serena calma
al dulce afán de amar feliz se entrega.
"Cuando te acerques, alzarán los lirios
su cáliz carmesí, los nomeolvides
serán mis valerosos adalides
que han de vencer tus lúgubres delirios.
"Allí leerás mi nombre entre festones
de espigas frescas y de ramas nuevas,
y sentirás que dentro el pecho llevas
frescas también tus viejas ilusiones.
"Te inundará la vida de mi tumba,
y lejos de creerme entre los muertos,
soñarás un edén tras los inciertos
límites misteriosos de ultratumba.
"Y en tu imaginación contemplativa
verás cruzar mi sombra fascinada
por ensueño inmortal, que tu llegada
espera sonriente y rediviva."