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viernes, 2 de enero de 2015

ARS MORIENDI


                 I

Morir es... Una flor hay, en el sueño 
—que, al despertar, no está ya en nuestras manos—, 
de aromas y colores imposibles... 
Y un día sin aurora la cortamos.

                        II

      Dichoso es el que olvida 
      el porqué del viaje 
      y, en la estrella, en la flor, en el celaje, 
      deja su alma prendida.

                        III

        Y yo había dicho: «¡Vive!» 
        Es decir: ama y besa, 
        escucha, mira, toca, 
        embriágate y sueña...

        Y ahora suspiro: «¡Muérete!» 
        Es decir: calla, ciega, 
        abstente, para, olvida, 
        resígnate... y espera.

                        IV

        Era un agua que se secó, 
        un aroma que se esfumó, 
        una lumbre que se apagó...

        Y ya es sólo la aridez, 
        la insipidez, 
        la hez...

                        V

La Vida se aparece como un sueño 
en nuestra infancia... Luego despertamos 
a verla, y caminamos 
el encanto buscándole risueño 
que primero soñamos; 
... y, como no lo hallamos, 
buscándolo seguimos, 
hasta que para siempre nos dormimos.

                        VI

¡Y Ella viene siempre!  Desde que nacemos, 
su paso, lejano o próximo, huella 
el mismo sendero por donde corremos 
hasta dar con Ella.

                        VII

Lleno estoy de sospechas de verdades 
que no me sirven ya para la vida, 
pero que me preparan dulcemente 
a bien morir...

                        VIII

Mi pensamiento, como un sol ardiente, 
ha cegado mi espíritu y secado 
mi corazón ...

                        IX

El cuerpo joven, pero el alma helada, 
sé que voy a morir, porque no amo 
ya nada.


jueves, 1 de enero de 2015

SOLEDADES


 Árboles, plantas —¡mi campo!—,
con vuestro secreto inmenso,
de magníficas latencias
y de implicaciones lleno,
acudidme, habladme.  Dadme,
aguas, vuestro limpio espejo
para que yo al fin me vea,
que he vivido siempre huyendo
de mí mismo, y ya no sé
lo que soy ni lo que quiero!...

  Ayudad a que me encuentre,
que me he perdido, disperso
en la vida de los otros,
sin vivir... Dadme mi cuerpo,
que gasté en brazos de tantas
que no amé.  Mis pobres nervios,
al placer y los dolores
de los demás siempre tensos...

  Mis manos, que acariciaron
con afán todo lo bello,
sin hacer jamás su presa...

  Mis pies, que al azar corrieron
por travesías sin rumbo
y callejas de un momento...

  Pero dadme antes mi alma,
que hasta aquí fue sólo un eco
de otras almas, ebria siempre
de músicas y de besos.

  Decidme quién soy, estrellas,
y a cuál de vosotras puedo
llamar mía... Descifrad
vuestra eterna queja, vientos
y tú, luna, a cuya luz
prestada endeché mis versos.

  Decidme, en fin, la verdad;
decidme. Pero ¿qué espero?

  ¡Si por no estar nunca solo
vuestras soledades pueblo,
e, insaciable de palabras,
que habléis aún vosotros sueño!