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lunes, 17 de febrero de 2014

A Kempis



Ha muchos años que busco el yermo, 
ha muchos años que vivo triste, 
ha muchos años que estoy enfermo, 
¡y es por el libro que tú escribiste! 

¡Oh Kempis, antes de leerte amaba 
la luz, las vegas, el mar Océano; 
mas tú dijiste que todo acaba, 
que todo muere, que todo es vano! 

Antes, llevado de mis antojos, 
besé los labios que al beso invitan, 
las rubias trenzas, los grandes ojos, 
¡sin acordarme que se marchitan! 

Mas como afirman doctores graves, 
que tú, maestro, citas y nombras, 
que el hombre pasa como las naves, 
como las nubes, como las sombras... 

huyo de todo terreno lazo, 
ningún cariño mi mente alegra, 
y con tu libro bajo del brazo 
voy recorriendo la noche negra... 

¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo, 
pálido asceta, qué mal me hiciste! 
¡Ha muchos años que estoy enfermo, 
y es por el libro que tú escribiste!


Amado Nervo

¡Oh Cristo!



«Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor; 
ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia 
sin que yo me angustie y llore; 
ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias, 
¡oh Cristo! 

»En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser 
para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya 
sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos, 
¡oh Cristo! 

»¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes. 
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas. 
¿Rosas de Pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia, 
purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros, 
¡oh Cristo!»


                                                                      Amado Nervo