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jueves, 11 de octubre de 2012

LLUVIA



La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!

miércoles, 10 de octubre de 2012

La casa vacía



Yo recuerdo una casa que he dejado. 
Ahora está vacía. 
Las cortinas se mecen con el viento, 
golpean las maderas tercamente 
contr alos muros viejos. 
En el jardín, donde la hierba empieza 
a derramar su imperio, 
en la sala de muebles enfundados, 
en espejos desiertos 
camina, se deliza la soledad calzada 
de silencioso y blando terciopelo.

Aquí donde su pie marca la huella, 
en este corredor profundo y apagado 
crecía una muchacha, levantaba 
su cuerpo de ciprés esbelto y triste.

(A su espalda crecían sus dos trenzas 
igual que dos gemelos ángeles de la guarda. 
Sus manos nunca hicieron otra cosa 
más que cerrar ventanas.)

Adolesencia gris con vocación de sombra, 
con destino de muerte: 
las escaleras duermen, se derrumba 
la casa que no supo detenerte