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martes, 13 de diciembre de 2011

Angelus




Quién pudiera aprender los largos versos
que saben las oscuras golondrinas;
ellas retornan al oír el canto
de lo que fue un lejano Ave María.
Quién dijera de pronto al recordarme:
delante de una lámpara encendida
dejaba en cada línea de papel
los versos que las páginas perdían.
Solía al ver crecidas su melena,
su lágrima y su uña andar sombría.
Y le han crecido por andarse triste
en vez de cualquier cosa, margaritas.
Y que se diga un dulce cuento al niño:
bajó la muerte a ella cierto día
en que la lluvia se volvió una gota
sobre la rosa que perdió la vida.




Alma



No tengo más rebozo que la escarcha.

Un pájaro se calla en el silencio
de la tristeza niña de la tarde.

Mi alma atardecida busca el fuego
de los caminos breves de tu mano
donde quedó la boca de mi beso.

Te quiero, me decías y en mis hombros
venías a morirte de silencio.

Noche sin astros. Se enredó mi voz
con un silbido, y al hincharse el viento
fue al río, fue a los campos, fue a las jaulas
de trinos rotos que se mueren presos.

¿Qué sombra mi figura así encorvó?
¿Qué rayo ha ensombrecido mis cabellos?
Llévate ya este amor por ti encendido
porque en lejanas celdas yo me quemo.