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martes, 17 de mayo de 2016

De golpe...



De golpe
me estremezco como si siete grados
bajo cero
sacudiesen el tedio sin contar para nada
con mi visión del mundo
y de la explotación.

Pero los lapiceros, las sandalias,
lo que me habría gustado ser piloto...

y ahora llegas tú
con veinticinco mil maneras de acariciar mis dedos
aunque no estés de acuerdo con lo que yo
pensé
del precio de la pina y la última decisión
que ha tomado el gobierno.

Si es demasiado tarde
para conmemorar un día
cualquiera
de la vida
o lamentar los dos algún suceso
tú propones cantar —en francés, por ejemplo
«je ne suis jamáis seul»
y yo te voy queriendo
aunque luego no es
nada
tan sencillo.




miércoles, 4 de mayo de 2016

Aquí, la puerta abierta...




Aquí, la puerta abierta,
unos gatos que muerden basuras y esperanzas
—esta marejadilla sin plata que arrasar—
y aquí suelo dejarme,
sentada hacia la lluvia
sin apenas decirte lo mucho,
sin tu forma de hablarme socavada en el gesto.
Ni voy reconociendo
desmantelados signos de la tarde tan larga.

Pero es que sin tu risa
soy capaz de extenderme satisfecha en la noche
y soy capaz de tanta soledad.

Ya sé que somos dos.
Podríamos herirle los ojos a los puentes
aunque duele este número,
—herirlos gravemente,
definitivamente—
y luego avanzaríamos hasta donde los cisnes,
hacia aquella ventana que sugieren las olas,
hasta donde los cisnes poseyeron a Leda,
allí te besaría un vez más
donde se descomponen tu pasado y el mío.

Es tan roja,
tan roja,
la forma de morir de algunas tardes.





lunes, 2 de mayo de 2016

Tríptico de la noche (II)



Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo 
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.

No pueden suponer que el día nace de tus sombras, 
el día que concede su luz a cualquier hombre 
y que también nos sirve para odiarnos.

En ti yo encuentro los semblantes más amados, 
el de una ciudad que invierte sus tejados en el agua 
y el de un puente de salud sobre dolencias pálidas. 
(Recuerdo como aludes de agua fresca, 
viejos recuerdos donde las diarias preocupaciones crean fútiles regatas.)

Por eso a ti recurro, ¡oh noche!, para impetrar tu sombra, 
tu mano enguantada de negro, tu dominó de olvido, 
porque ellos, los paseantes que ahora llegan de la mano,
puedan quedar prendidos como jíbaros de espuma 
al primitivo silencio de tus astros extasiados. 
¡Oh emblema nupcial! ¡Oh dulce acorde transpirado! 
La noche tiene ahora escudo de armas como reina, 
dos miradas, dos alientos, dos palabras que el silencio crispa
en un augurio de cemento eternizado.