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viernes, 21 de octubre de 2011

Nenia


Canción Fúnebre

En idioma guaraní,
una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya
cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:

¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú ­
¡llora, llora urutaú!

¡En el dulce Lambaré
feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña
no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!
Todo en el mundo he perdido;
en mi corazón partido
sólo amargas penas hay ­
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!

De un verde ubirapitá
mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó,
al pie sepultado está
¡de un verde ubirapitá!

Rasgado el blanco tipoy
tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo
de rodillas siempre estoy,
rasgado en blando tipoy.

Lo mataron los cambá
no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir
de Curuzú y Humaitá ­
¡Lo mataron los cambá!

¡Por qué, cielos, no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaití!
¡Por qué, cielos, no morí!...

¡Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú-
¡Llora, llora, urutaú!



  


Musgo



Torné a ver la vieja ermita,
se halla todo en su lugar:
la lámpara moribunda,
la flor mustia en el altar.

Doquier quedan las señales
de la dulce, antigua fe:
allí está la Dolorosa,
allí el Cristo que adoré.

¡Cuántas veces, siendo niño,
el santuario a media luz,
me llevó mi tierna madre
a besar juntos la cruz!

¡Tiempos idos! Pero aún guardo
su memoria, y la impresión
de recuerdos inocentes
me penetra el corazón.

Hoy después de largo viaje,
tras de recia tempestad,
en el sagrado recinto
calma busco y soledad...

¿Quién me llama? ¡Oh voz sentida
que hace el pecho conmover
con rumores de plegaria,
con ternuras de mujer!

«Ven, me dice, al infortunio
da un himno. Lo pide así
la caridad, luz del cielo...»
El laúd a pulsar fui.

¡Ay, el rítmico instrumento
para siempre enmudeció!
Al querer forzar las cuerdas
en mis manos se rompió.

Pues haré de blancas rosas,
pensara, el don fraternal.
Cayó la helada en mi huerto,
agostado hallé el rosal.

De un melancólico sauce
colgué entonces el laúd;
y volví a la vieja ermita
y lloré mi juventud.










Amira





¿Conocéis a la rubia y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
Hay en su voz la suavidad de un ruego.

El flamenco nadando en la laguna
Entre el verde juncal, no es más gallardo:
Espira un vago resplandor de luna,
Tiene la fresca palidez del nardo.

Hace soñar; la mente se colora
De su candor al virginal destello;
Se sueña con las rosas, con la aurora,
Con las hebras de luz de su cabello.

Parece que un espíritu celeste
Siguiéndola invisible la perfuma,
Y que su blanca y ondulante veste
Por el aire agitada hiciese espuma.

Ayer la vi pasar en lontananza,
E imaginó mi alma entristecida,
Era el ángel de la última esperanza
Que buscaba, el sepulcro de mi vida.