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miércoles, 19 de octubre de 2011

Diamantes y perlas




  
He aquí, lector, la diminuta llave
Que guarda de mis joyas el tesoro;
Privanme la modestia y el decoro
De que yo te las muestre y las alabe.

Quizás tu lente, escrutador, acabe
Por no hallar en mi cofre perlas ni oro
Si tal descubres, por tu honor imploro
Que no lo digas a quien no lo sabe.

Si no hallas en mis versos poesía,
Ni estilo, ni metáforas brillantes,
Mis páginas arroja sin leerlas.

Que otro lector, acaso, encontraría
En los tipos de imprenta - los diamantes,
Y en mis vacías páginas - las perlas.




Acuérdate de mí



¡Oh! cuánto tiempo silenciosa el alma
mira en redor su soledad que aumenta
como un péndulo inmóvil: ya no cuenta
las horas que se van!
No siente los minutos cadenciosos
a golpe igual del corazón que adora
aspirando la magia embriagadora
de tu amoroso afán.

Ya no late, ni siente, ni aún respira
petrificada el alma allá en lo interno;
tu cifra en mármol con buril eterno
queda grabada en mí!
Ni hay queja al labio ni a los ojos llanto,
muerto para el amor y la ventura
esta en tu corazón mi sepultura
y el cadáver aquí!

En este corazón ya enmudecido
cual la ruina de un templo silencioso,
vacío, abandonado, pavoroso
sin luz y sin rumor;
Embalsamadas ondas de armonía
se elevaban a un tiempo en sus altares;
y vibraban melódicos cantares
los ecos de tu amor.

Parece ayer! ...De nuestros labios mudos
el suspiro de ¡"Adiós" volaba al cielo,
y escondías la faz en tu pañuelo
para mejor llorar!
Hoy... nos apartan los profundos senos
de dos inmensidades que has querido,
y es más triste y más hondo el de tu olvido
que el abismo del mar!

Pero, ¿qué es este mar? ¿qué es el espacio,
qué la distancia, ni los altos montes?
Ni qué son esos turbios horizontes
que mira desde aquí;
si al través del espacio de las cumbres,
de ese ancho mar y de ese firmamento,
vuela por el azul mi pensamiento
y vive junto a tí:

Si yo tus alas invisibles veo,
te llevo dentro del alma estás conmigo,
tu sombra soy y donde vas te sigo
por tus huellas en pos!
Y en vano intentan que mi nombre olvides;
nacieron, nuestras almas enlazadas,
y en el mismo crisol purificadas
por la mano de Dios.

Tú eres la misma aún;
cual otros días suspenden tus brazos de mi cuello;
veo tu rostro apasionado y bello
mirarme y sonreír;
aspiro de tus labios el aliento
como el perfume de claveles rojos,
y brilla siempre en tus azules ojos
mi sol, ¡mi porvenir!

Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido;
mi nombre está en la atmósfera, en la brisa,
y ocultas a través de tu sonrisa
lágrimas de dolor; pues mi recuerdo tu memoria asalta,
y a pesar tuyo por mi amor suspiras,
y hasta el ambiente mismo que respiras
te repite ¡mi amor!

¡Oh! cuando vea en la desierta playa,
con mi tristeza y mi dolor a solas,
el vaivén incesante de las olas,
me acordaré de tí;
Cuando veas que una ave solitaria
cruza el espacio en moribundo vuelo,
buscando un nido entre el mar y el cielo,
¡Acuérdate de mí!



Al niño que vende berros


No tiene padres, claro...Lo sé por tu indecisa
manera de mirar. Lo sé por tu camisa.

Eres pequeño y grande detrás de la canasta.
Respetas los gorriones. Un centavo te basta.

La gente va vestida por adentro de hierro.
No te oyen...Has gritado dos o tres veces: ¡berro!

Pasan indiferentes con bultos y sombrillas,
en pantalones nuevos y en blusas amarillas;

caminan presurosos hacia el Banco y el tedio
o hacia el atardecer por la Calle del Medio.

Y tú no estás vendiendo: tú juegas a vender;
y aunque jamás jugaste te sale sin querer.

Pero no te me acerques; no, niño, no me hables.
No quiero ver el sitio de tus alas probables.

Te encontré esta mañana al doblar de la Audiencia,
y ¡qué golpe me ha dado tu infeliz inocencia!

Mi corazón que era un poco de ilusión
ya es como berro mustio, como no corazón.