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domingo, 14 de agosto de 2011

EL MAR LAS SIRENAS Y YO



¡Cómo se refleja la luna en las aguas!

¡Qué bello paisaje en la oscuridad,

Parece una mar de plata,

da a mí vida una profunda claridad.





Pienso en el tiempo perdido,
  
Allá en la lejanía el océano está tranquilo,
  
noto que despierta mí corazón dormido.





Santander del alma mía,
  
siempre contigo sueño
  
ya sea de noche o de día,

cuando lejos estoy de ti
 sigues siendo mí dueño.
   



Tu calmas mis inquietudes,
  
das energía a mí ser,
 que suspira continuamente
  
con verte de nuevo otra vez.





Cuando lejos estoy de ti, 
  
todo es cotidiano y duro,
  
tengo siempre la esperanza de volver 
  
 y ver el baile de tus  verdes aguas,

esas olas que forman 
  
el manto blanco sobre las rocas.





La leyenda de las  SIRENAS
  
  a lo largo de los siglos,

han fascinado a los hombres del mar, 

que por oír sus dulces cantos,
  
a sus brazos querían llegar. 





La belleza de las melodías,
  
las voces en su cantar,

atraían al ser humano

que por acercarse

   eran capaces de naufragar.





Santander ejerce en mí,
  
   lo que las  SIRENAS al navegante,

por estar cerca de ellas, 

son capaces de extraviarse,

para recibir los abrazos del más puro amor,

cobijándose bajos sus brazos.  





Hay autores de la antigüedad que dicen
  
que nunca fue pez, sino ave,

da igual lo que escribieran,

los pescadores darían la vida 

por encontrarse con su SIRENA.
   



Ninfas marinas, con busto de mujer,

 cuerpo de pez o de ave,

dicen que os afincáis en los riscos

liberando vuestro canto embriagador

esta noche yo os ruego,
  
y a orillas del mar espero.





Hijas de Nereo y Dórides,
  
Nereidas de la mitología clásica,
  
Sirenas o no,
 venid y optad por llevarme,
 a ese reino oculto.  




¡Dadme la sabiduría de nunca irme!
es un modo de quedarme para siempre

 en mí querida Santander,
  
y no tener que pensar nunca en volver!



AURORA BOREAL EN ISLANDIA




Me acerqué a la terraza después del fuerte amor
y contemplé de nuevo la habitación a oscuras.
El cuerpo luminoso de Sigrun
sobre vencidas sábanas
y su indolente y roja cabellera
resbalando dormida hacia la alfombra.
Aspiré en la rotunda madrugada
aquel dulce cansancio que me reconciliaba con la vida.
El aliento dejaba rostros fugaces de humo
y un viento enloquecido los penetraba deshaciéndolos.

Con un fondo de hielos y volcanes
guardaba Reykjavik la inquietud de su otoño.
Era ya la frontera de la noche o la mañana.
Aquella oscuridad neblinosa
tuvo un temblor, un brusco sobresalto,
no el viento que arreciaba, ni el duro helado mar,
fue el nacimiento de otra luz.
Una luz que jamás había visto.

Inmensas franjas blancas emergían de un delta
prodigioso, solemne.
Su anchura recorrió el firmamento.
Aluviones de bríos luminosos
invadían las ramas de los aires.

Colores fulminantes atándome a su vértigo.
Silenciosos clamores de luz verde.
Se abrían los azules y amarillos
llenos de plenitud, crecía un fulvia de oro,
el violeta imposible, el naranja feliz,
ocres de fuego y ámbar, veloces, legendarios,
y el celeste y el níveo y el de luz con más luz.

De pronto el colorido inabarcable
pareció detener su cósmica alegría,
el frío lo tornó inmóvil, lo apresó
en su invisible cárcel y cuerpo dio su luz.
Intensoso ojos de hielo nacieron en las brumas,
pentagramas, velámenes, banderas,
ascuas y flores de la luz cerrada
navegando en la altura,
encendiendo las bóvedas sin fin.

Han pasado los años tan veloces y lentos.
Quizá la mayor parte de lo que ya he vivido
sólo sea experiencia repetida
perdiéndose en mi ser y su memoria;
mas, sin embargo, nunca he olvidado
la dormida sonrisa de Sigrun despertándose
ante la aurora boreal de Islandia.